Hachi
La pequeña discoteca tenía ya mareado a Hachi Hakamura. Las luces. El ruido insistente de una canción de moda que hacía gritar a los presentes. Ya tenía hasta el tope al joven profesional de origen nipón.
Pensó que podía ser la inhalación pasiva de un cigarrillo fuerte, de esos que hacen volar y caer bien hondo.
Decidió salir y tomar aire. Con una botella de cerveza en mano, revisó su celular para comprobar la hora: 2:30 de la madrugada. Una pelea por una chica se quiso formar casi en sus narices. Rápidamente buscó el canal peatonal más rápido para salir del tumulto. Había mucho frío con mucho aire que soplaba. Hachi escuchaba que ese viento frío decía: Fueeego.
-Haaaachi-oyó su nombre a lo lejos- al voltear vio a un hombre joven, no mayor de 30 años. Jojo Ramhura.
-Trabajo contigo, me recuerdas? emocionado, el joven abrazó efusivamente a Hachi.
- Vamos al Manekineko, el mejor Karaoke de Tokio?- le preguntó Jojo de forma apresurada a Hachi.
Una patrulla policial se dejó escuchar de pasada mientras transitaban por la calle central. Hachi le respondió a Jojo con mucha dificultad que ya se iba para su casa. Con la lengua enredada, pesada y la resequedad en la garganta ya sólo quería tomar su carro y retirarse de ese lugar.
Extrañado. Somnoliento. Se sentía sobre un aire tupido, ensordecedor y muy caliente. Recordó el frío que había sentido al salir de la discoteca se preguntaba en dónde se había escondido.
Temblaba, se preguntaba varias veces en dónde estaba la puerta de su carro, las llantas, sus llaves, en dónde estaban? se preguntaba insistentemente. Sentía que le caí una agua pesada en sus manos y en su camisa.
¿Por qué tengo estos zapatos de color verde y esta ropa naranja? ¿Qué me pasa? No puede ser, este no soy yo. La garganta seca. El calor en la piel ya era insoportable. Solo quería dormir en su cama, dormir por varios años. Hachi se miraba el brazo y lo que veía era una culebra babosa de color naranja. Derrumbado de tantas alucinaciones no pudo más y sentía que se desmoronaba, mientras caí en el piso de la calle central.
Jojo estaba a su lado con su cara de burla, de resentido por no tener lo que había logrado Hachi a sus 25 años de edad. Ingeniero informático con especialización internacional para manejar las comunicaciones de compañías nacionales y trasnacionales. Un duro de los negocios y de la inventiva nipona.
Jojo seguía allí con su risa sádica. Le recordaba a Hachi que estaba volando y sin paracaídas. Con los ojos bien abiertos le mostraba como se guardaba las llaves de su carro en la chaqueta. Hachi no entendía lo que estaba pasando.
Un grupo de personas corrían, gritaban...repetían ....el fueego de la vida en el aire. El calor del cambio decían otros.
Hachi sentía que su cabeza iba a explotar. Ya no podía escuchar nada y a nadie. Una chica le pasó la mano por las nalgas cuando decidió levantarse. La palabra Fueeego es lo que más escuchaba. Su celular vibraba. Lo sacó del bolsillo izquierdo de su chaqueta deportiva también de color negro. Dijo un inentendible aló.
-Hachi, hijo dónde estás?- le preguntó su progenitora, Hachi sólo le respondió que en realidad no estaba, que no sabía de él. Su madre le pidió calma.
-Por el GPS de tu celular te voy encontrar, tranquilo, mi amor, respira profundo varias veces. Quédate allí mi vida- le suplicó la voz que escuchó por su móvil.
Fue en su carro de último modelo y con una patrulla policial que llegó Amirha Yasura, madre de Hachi. Temblaba, lloriqueaba al ver a su único hijo todavía con el celular en la mano. Ido. Babeando. Con la mirada perdida. Con la cara más pálida de lo normal. Sin su carro pero vivo. Vivo para abrazarlo. Para cuidarlo.
Hachi pedía que le quitarán el color naranja de su vestido, no podía ver que en realidad estaba totalmente trajeado de negro. Lo pedía el gerente general de una de las compañías más importante del gigante asiático a su madre que le quitaran las culebras de sus brazos. Bañado en sus babas. Su madre sólo podía abrazarlo y agradecerle a su Dios por haberlo encontrado. El policía la reconfortaba un poco. Le dolía porque también era padre de dos jovencitas.
-Señora este mal nos está dejando sin jóvenes, sin futuro. Ni la pandemia del Covid-19 es tan peligrosa como esto- le reiteró el funcionario.
No salir con sus guardaespaldas fue el error que jamás se perdonaría Hachi. Esa noche tenía la necesidad de romper esa rutina. De perderse con jóvenes que no pensarán tanto en dinero, en negocios. De beber unas cervezas mientras veía a chicas y chicos bailar.
Hachi sólo había escuchado de peligros, de secuestro, de drogas por las redes sociales nunca había sido el protagonista, gracias a que disfrutaba de una vigilancia personal.
No sabe que fue víctima de unos de los modus operandi más común de la delincuencia urbana: El chico que tenía al lado mientras consumía las cervezas en el bar le había colocado una droga muy potente, que actualmente está causando furor entre los drogadictos. Es tan diabólica que los pierde, que los desconecta en su totalidad como cuando te quedas en el hogar sin wifi. Totalmente aislado de la realidad. Es tan dañina que pone a sus consumidores totalmente zombis. No solo lo padecen los chinos, japoneses, europeos, latinos, en la tierra del Tío Sam ya luce en dos estados, cuadras con jóvenes perdidos, en la indigencia de las drogas. Que hace que se ahoguen en sus babas a pesar que beben poca agua. Que caminan con una dificultad única buscando donde dormir o más fentafilo, droga analgésica que se usa para calmar el dolor de las personas con cáncer. Atractiva para los adictos porque su valor es más bajo que la heroína. Es la droga de consumo por excelencia, toda una moda juvenil actualmente en Estados Unidos. ¿Bro te queda Fenta? en pastillas o inyectable es el modo en que más lo consumen. Se puede encontrar fácilmente, comprar en cualquier farmacia.
.....Ya Hachi drogado, el chico solo necesitó tropezarlo, abrazarlo un poco, decirle que era un compañero de trabajo, inventarle un nombre para acercarse y poder quitarle las llaves de su Maserati. Hoy Hachi descansa, se recupera de este episodio que le pudo costar la vida. Descansa mientras su sangre se limpia de este veneno mortal. Lamentablemente, otros chicos no han tenido la misma suerte. Muchos sucumben, vagan por las calles, se suicidan si no la consiguen más. Se ven vestido de rojo, verde o naranja. Babean. gritan, lloran y lo más triste es que muchos mueren lejos de sus seres queridos. Abrazando un aire que los quema.
Foto:@laser_2017_
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